El fundamento de este mundo es el amor de Dios. Porque este mundo es creado por el pensamiento de Dios, desde su deseo y su voluntad, de comunicar ese sentimiento indescriptible de dicha que proporciona la unidad, a otro, a uno nuevo. Y al mismo tiempo, dejar que experimente la misma felicidad de la que Él, Dios, disfruta. Y ese regalar felicidad a otro, es lo que entendemos bajo la noción de ‘’amor’’.
Y porque en la unidad está incluida ya la reunificación posterior, la voluntad de Dios de creación pertenece a una condición primordial. Para nosotros, pertenece a la inconmensurable eternidad, a aquello que la tradición llama ein-sof, el infinito. Comprendemos que cada impulso de comunicación es una chispa de esa voluntad divina de crear. En todo vive ese ‘’saber de la unidad’’, y en todo, al mismo tiempo, actúa ese ‘’querer volver a la unidad’’. En la tradición se habla del ‘’árbol de la vida’’, que en Génesis 1,12-13 es llamado ‘’el árbol que es fruto y que hace fruto’’ (texto original hebreo).
Así, el ser humano es unidad, y al mismo tiempo, va el camino hacia la unidad. Para ser unidad, debe de contener todo y estar en todo; para volver a ser unidad, debe limitarse, reducirse, para permitir que lo otro, lo nuevo, con que unirse, pueda surgir. Es como el exhalar y el inhalar, es como el universo que se expande y se encoje, al mismo tiempo. Y es también el ser humano arriba, es decir en aquello que llamamos ‘’cielo’’, y es el ser humano abajo, aquí en este mundo. Y finalmente es también, en todos los conceptos, la noción de ‘’inmanencia’’, frente a la ‘’trascendencia’’.