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Del libro Caminos hacia la Palabra, de próxima publicación
JUDAÍSMO Y CRISTIANISMO.
LAS RAÍCES BÍBLICAS EN LA ETERNIDAD.
¿Quién puede juzgar al judaísmo o al cristianismo? ¿Y quién puede determinar cuáles son sus raíces en la eternidad? Si yo ahora doy rienda suelta a mis pensamientos y sentimientos sobre este tema, serán los míos y de nadie más. Porque la vivencia del encuentro entre el judaísmo y el cristianismo, de sus raíces bíblicas en la eternidad, es un tema tan inconmensurablemente profundo e íntimo que uno difícilmente se atrevería a hablar de ello al mundo exterior.
Mis primeros sentimientos me dicen: solo puedes hablar de ti mismo, de tus relaciones ocultas con el ser humano, con el mundo y también con Dios. Y me atrevo a hacerlo porque se trata de la esencia, se trata realmente de Dios, de quien sé sin duda que me ama y a quien creo que yo amo sobre todas las cosas. En todo caso quisiera hacerlo, si tan solo supiera cómo se hace.
Del tronco y de la fuente.
Siento de inmediato que solo puedo articular este amor si hablo del encuentro con la parte de enfrente, del contraste judaísmo–cristianismo. Y creo que tal vez muchos judíos viven lo mismo. Solo si se atrevieran a hablar más claramente del tema, con voz más alta, en el sentido de una relación viva. Tal vez sería un momento de grandes sorpresas. Sí, si se quisiera buscar las raíces bíblicas en la eternidad, no enturbiadas por emociones temporales, entonces se podría vivir este encuentro de forma muy fácil, igual a la oposición entre el cielo y la tierra, entre la vida y la muerte, como la presencia de los dos árboles en el jardín Edén, como la experiencia de lo masculino y de lo femenino.
Y de inmediato pienso en el reino bíblico dividido, en Judá e Israel, cada uno con sus reyes y sus profetas. Me viene a la mente la oposición entre las dos madres Raquel y Lea, y entre sus hijos José y Judá. Y me atrevo a dar el paso siguiente: Judá propone a los hermanos la venta de José (Génesis 37,26-28) y reciben 20 monedas de plata por él. La otra venta da 30 monedas (Mt. 26,14/15). Curioso, podríamos decir, 20 y 30, son las letras caf y lamed, es la palabra col, todo. Algo está lleno, completo. La venta, la traición. ¿Por qué?
Y de inmediato un complejo cúmulo de emociones empieza a hacer efecto. ¿A hacer efecto? A rabiar, diría yo. ¡Cuánta sangre inocente vertida, cuánta miseria, qué crueldades han traído consigo estas historias! Cuánta incomprensión, cuánto rechazo, cuántas tonterías de los dos lados.
La tradición judía dice que algunos de los actos malos que ocurrieron en la historia de la Torá fueron expiados luego como sufrimientos. Solo la venta de José queda pendiente hasta el día de hoy.
Pero ocupémonos con las raíces eternas. El asunto es demasiado serio. Se trata del cielo y de la tierra, se trata del prójimo, se trata de nuestra vida. Intentemos preguntar por el sentido de esta dualidad; intentemos entrar en la Casa de la Biblia, en las palabras de Dios. Las puertas de esta casa están siempre muy abiertas. ¿Quién quiere entrar? Tal vez no se está tan solo, tal vez solo nos lo imaginamos.
Sí, pero también aquí nos topamos con esa oposición. ¿Palabras de Dios? Sí, ¿pero con qué medidas nos encontrarnos con ellas? Nuestros sentimientos, ciertas experiencias nos dicen que existe algo como lo sagrado, lo eterno. Conocemos la expresión Espíritu Santo. Y conocemos el desarrollo histórico. En el transcurso de los milenios, mucha gente ha descrito sus impresiones y ha contado lo visto y lo transmitido de tiempos anteriores. Deberíamos pues distinguir entre la historia como percibida por los seres humanos y la historia contada en la palabra de Dios, por el Espíritu Santo. Es una oposición como entre lo profano y lo sagrado.
Pero ¿hacemos tal distinción? Algunas veces, en teoría, sí; pero ¿qué significa para nuestra vida? Por ejemplo, muchas veces se habla de la resurrección, se la convierte incluso en un dogma de fe. En lo cotidiano sin embargo es un asunto más bien peliagudo y a menudo queda liquidado con un tímido encogimiento de hombros.
Es decir, es difícil. La gravedad de lo terrenal tira muy fuerte hacia abajo. Caemos por naturaleza aunque no queramos. Ahora bien, también podríamos reconocer la dificultad como una provocación. Porque también la muerte es una provocación a nuestros sentimientos de permanencia, igual que la realidad del mundo frente al reino de Dios. Pero se suele decir que es una utopía.
En aras de la simplicidad, podríamos reducir lo profano simplemente a lo temporal. Lo sagrado entonces es lo que llamaríamos lo eterno. El tiempo fluye, en el lenguaje de la Torá es la imagen del agua, del río que fluye. La creación sale del Ser, de lo eterno. El tiempo se regala desde esta fuente del Ser.
Ahora bien, si dejamos la fuente fuera de consideración podemos pensar que la Biblia es simplemente una descripción, un relato, una serie de comunicaciones de toda clase de sucesos. Las personas de entonces han visto y descrito cosas curiosas. Podemos suponer que lo han hecho de buena voluntad. ¿Se puede pedir más?
Puede darse el caso, sin embargo, que haya personas que sientan que sus vidas y los sucesos del mundo hayan salido de la fuente eterna. Y para estas personas y estos momentos en la vida, puede ser que sientan que ciertas comunicaciones han salido de aquella fuente. Se han encontrado con el milagro de la palabra, el milagro de la lengua. Estas personas conocen el río del tiempo, también el río que sale de Edén y que se divide en cuatro ramales. Saben de la fuente, de Edén, de ese lugar de bienestar. Saben, quizás de forma inconsciente, de lo eterno, de la Casa de Dios.
De la gracia.
¿Cómo entablar una relación con la fuente, con el lado eterno? ¿A quién no le gustaría estar en casa ahí? Se está gustosamente dispuesto a hacer todo tipo de cosas para llegar a esta meta. A menudo se escucha la pregunta bien intencionada: ¿qué libros me recomienda; debo aprender hebreo, tal vez el arameo, qué debo hacer? Hay una sola respuesta a tal pregunta: Se puede hacer solo poco. Porque es una gracia. Entonces encontrará los libros adecuados para usted y tal vez llegará a comprender algo o mucho del hebreo. O quizás nunca aprenderá nada del hebreo, pero a pesar de todo, vivirá en el lugar sagrado. No lo sé; solo puedo deseárselo; porque para mí es el cumplimiento del sentido de mi vida. La gracia significa romper la ley. El estudio para alcanzarla, sería un asunto legal. Por la gracia se puede estudiar, pero es imposible estudiar para obtenerla. Sería el camino del árbol del conocimiento y ese camino, lo sabemos, bloquea el camino al árbol de la vida. Y con ello se va camino de la muerte.
Estudiar como medio para alcanzar un fin es pagar al aduanero los derechos de aduana. Es actuar para recibir una recompensa o para evitar un castigo. La gracia solo es alcanzable si se anhela recibir o regalar amores. Se sabe entonces de las inmensas sorpresas en este camino del amor gratuito. El amor es entregarse, regalarse, es aceptar el destino enviado desde la mesa de Dios. La mesa en hebreo es shulján, y enviar el shalaj. El sustantivo y el verbo. La aceptación de la vida como un don amoroso de Dios es ese amor dispuesto a recibir, sin condiciones y, sin embargo, siempre rezando: que tu voluntad se haga, pero escúchame, escucha lo que pienso, lo que me imagino, lo que sueño. Quién conoce ese amor, ese regalo divino de la creación de Dios para el ser humano, podría estar receptivo para el milagro de la gracia. Con la ley es imposible. Aquel que regala la gracia justamente, rompe la ley.
De lo sagrado y de lo profano.
Nos damos cuenta de que no se trata de lo sagrado o de lo profano. Se trata más bien del matrimonio entre los dos. Lo sagrado, lo eterno es la fuente, es lo oculto. Aquí es invisible. Pero tiene su influencia en lo profano, lo fecunda. Como lo he dicho ya: por la gracia se puede estudiar y se tendrá una mente y un análisis profundos. Pero nunca se podrá alcanzar lo sagrado mediante la razón. Sería como el drama de la construcción de la torre de Babel. Es imposible alcanzar el cielo de esta forma, el resultado es siempre una confusión infinita.
En el lenguaje de la Biblia, lo sagrado es lo masculino. Masculino en hebreo es sajar, 7-20-200, y la misma palabra pronunciada de modo diferente sejer, es el recuerdo. Lo masculino es lo interior, es como el recuerdo, no es visible pero es esencial para toda vida aquí. Lo profano es lo exterior, en el lenguaje de la Biblia es lo femenino. Femenino en hebreo es nekevá 50-100-2-5, y nekev es un hueco, una apertura. Lo masculino fecunda lo femenino; lo masculino es portador del recuerdo, de la semilla, la que la mujer recibe.
Entendemos ahora por qué la mujer no debe hablar tanto. No se refiere a la mujer en sí, se refiere al lado exterior, lo manifiesto, que no debe seducirnos ni tentarnos. Porque el sentido del lado exterior es ser fecundado por el lado interior, el lado masculino. Entonces puede darse el fruto de la vida eterna.
Me parece que es un buen ejemplo de lo sagrado y de lo profano. Lo femenino quisiera encontrar a su marido, lo profano quisiera que lo sagrado lo fecundara. Pero si lo profano quiere independizarse del hombre, se convierte en la mujer infiel. Y entonces es un peligro. ¿No rezamos: no nos dejes caer en la tentación…? Significa que si medimos la palabra de Dios, aportada por el Espíritu Santo, con medidas profanas, por la historia, por el tiempo de entonces, profanamos al Espíritu que es santo y pecamos contra él.
Lo primero que se nos comunica del ser humano en Génesis 1,27 es que Dios le crea sajar ve-nekevá, masculino y femenino en unidad. Quiere decir que todo ser humano tiene un interior, un lado oculto, un secreto y también un exterior, un lado visible. En él el matrimonio de ambos está ya contraído; y de hecho, los matrimonios se contraen en el cielo, en lo eterno. Desde la creación misma existe la unidad del ser humano, la unidad de lo visible y de lo invisible.
Debemos pues tratar lo visible con respeto, no es inferior de ninguna forma. Dios crea el cielo y la tierra y se preocupa por los tiempos. Aporta la luz y tiene un amor especial por este mundo.
Pero ahora judaísmo y cristianismo; casi siempre se contempla esta dualidad desde la perspectiva de lo profano. Se observan los tiempos, el flujo de los tiempos. Desde los dos lados. Se toman los acontecimientos históricos como punto de partida. Es decir, se escucha el parloteo de la mujer. Se piensa −como se ha hecho durante la construcción de la torre de Babel− en la historia del mundo, en las filosofías, las teologías y se cree honestamente poder alcanzar el cielo. Pero el malentendido surge de inmediato. Debe de ser así, porque la torre, construida con materiales terrenales no aguanta y lleva a la gran confusión. Viendo la situación, se constata con desesperación que no saben lo que hacen, incluso cuando creen que están haciendo el bien.
Si se quiere demostrar que una de las Biblias tiene razón en este versículo y que la otra Biblia tiene razón en otro, creo, que no se entiende la Biblia. Se está abusando de ella y pronto llega la confusión y la disputa. La paz, shalom, la perfección, no puede llegar así. Y seguidamente se inicia un trueque de compromisos que no satisface a nadie. Y con resignación se espera otra mejor ocasión en el futuro.
De las medidas divinas.
Quisiera que se me entendiera: no niego los acontecimientos de la historia del mundo; no rechazo lo que ocurre en el mundo como algo inferior; no soy un enemigo de las mujeres; no me coloco en posición altiva por encima de lo profano. No. Pero señalo las raíces comunes en lo eterno. Para mí significa reconocer como verdadera cada palabra de Dios, cada letra hasta la última jota. Pero sí, quisiera medir las palabras con las medidas de Dios. Las medidas, en hebreo, son midot y midá 40-4-5, en singular. Son también propiedades, cualidades.
En Éxodo 34,6/7, Dios nos da a conocer sus 13 midot, sus 13 cualidades. Eterno, Eterno, Dios, misericordioso y piadoso, lento para la ira, abundante en bondades y verdad. Que mantiene la misericordia hasta la milésima generación, que perdona la maldad, la rebeldía y el pecado. No deja a nadie impune, castigando el pecado de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación.
Tengamos en cuenta que las traducciones son siempre solo aproximadas; en el hebreo son exactamente trece cualidades divinas.
Yo creo que a la vista de estas cualidades divinas no queda posibilidad de discusión ni para cortar nada con la tijera. No hay nada que justifique que se tenga nada en exclusiva, nada para la pretensión de haber tenido el primero eso o aquello y que el otro lo tenga de nosotros, o que tal vez, quién sabe, el otro tenga algo por sí mismo…
En el judaísmo, allí donde la Biblia se sigue considerando como palabra de Dios, y todavía hay muchos para los que esto es algo muy natural, allí donde se sigue reconociendo la santidad de la palabra de Dios, vale el principio No hay ni antes ni después en la Torá. Aunque es verdad que es la conocida minoría callada, y que son los políticos y los que tienen la razón, los que hacen el gran ruido. Pero volviendo a la verdad de la Biblia, significa simplemente que la Biblia no está sujeta a nuestras normas de tiempo, sino que habla de tiempos de un tipo diferente, se trata de otro tipo de experiencia en tiempo y espacio. Difícil de comprender para muchos. ¿Qué puede hacerse si la ciencia no puede entenderlo? Aunque a muchos científicos les ha alcanzado la gracia de poder entenderlo como el asunto más natural del mundo.
La Biblia está frente a nosotros; es una realidad que está frente a la nuestra. Nosotros vivimos conscientemente en el mundo; la palabra de Dios, lo eterno, vive de forma inconsciente en nosotros. Dios en nosotros, nosotros en Dios.
No es una frase barata decir que las raíces bíblicas están en la eternidad. Estas raíces en la eternidad son las raíces de todo ser humano, como hijos de Dios que somos. Estas raíces nos dicen una y otra vez que la vida solo tiene sentido si es eterna. ¿Será posible que Dios no nos regale lo que nosotros regalaríamos con gusto solo con poder hacerlo? Dios, el creador del universo, el creador de eternidades, ¿es posible que creara todo eso y justamente a sus hijos, a los seres humanos a imagen y semejanza suyas, les negara todo? ¿Que les dé miserias, hundimientos, sinsentidos, trifulcas y ergotismos? ¿Es esa la palabra que nos envía? ¿La ha mandado acaso como una especie de rompecabezas para calculadores hábiles e inteligentes? Sabemos que no.
Pero es triste ver que muchas personas se quedan varadas con sus investigaciones y se empantanan allí. Aunque ¿acaso podría tener algo que ver con el orgullo humano? ¿Con la presunción de tener que investigar la Biblia en primer lugar y luego dar su veredicto? Para decir al final que se puede reconocer a Dios como una posibilidad, aunque este mundo se hundirá en breve. Se proyecta siempre su propio sinsentido al mundo.
En realidad, judíos y cristianos, todos estamos frente a la Biblia, frente a la eternidad, frente a la palabra de Dios. Y hablamos de las raíces bíblicas comunes. En relación con lo eterno, se puede llegar a amar al enemigo, no es necesario probar que esto se haya hecho bien y lo otro mal. ¿Qué se sabe? ¿Y cómo investigar, estando frente a Dios, quién tiene más razón y quién menos? Se necesitaría una buena dosis de engreimiento y de arrogancia. En el encuentro de cristianos y judíos, dónde las raíces comunes muestran el camino, solo se puede avanzar regalando y recibiendo amores.
Del anhelo común.
De lo que se trata en realidad es de encontrar nuestras raíces comunes en lo eterno y entonces cualquier hallazgo de esta base común será una gran alegría. Y estoy pensando ahora mismo en la palabra ungir, consagrar, mashaj en hebreo, 40-300-8, que se escribe con las mismas letras que simjá, 300-40-8-5, alegría. Ya de esta forma el encuentro es amoroso, uno dando al otro, con alegría.
Tal vez sea el anhelo de salvación lo que muestra algo de las raíces comunes. No estamos contentos con el mundo tal cual es. Nos importa el sufrimiento de las criaturas; la injusticia, la arbitrariedad, la opresión que tantos padecen, es una carga pesada. Es decir, significa, entre otras muchas cosas, que solo podemos vivir la relación con Dios, si el amor que tenemos al mundo sufriente, lo podemos esperar también de Él. Y confiamos en que Él sabe asignar al mundo otro sentido que aquel que vemos en lo cotidiano. Esperamos juntos al salvador que nos salve de esta situación. Y ese salvador no puede ser alguien proveniente de una evolución legal; ambos lados sentimos que debe de tratarse de una rotura de las legalidades. El salvador no puede ser alguien calculable, que destaque por sus rendimientos. Solo puede venir de Dios; solo nuestro Dios de la eternidad y de la temporalidad puede aportarlo. Esto sería, en breves palabras y muy resumido, el sentimiento del Mesías. En Él y por Él, lo imposible puede manifestarse.
Este anhelo debe de haber estado en el mundo desde el principio mismo. Aun antes del principio. Tal vez oculto y tal vez el asombro por la dura realidad mundana era demasiado grande para que esta visión pudiera traspasar. Quizás aún no se sabía la imposibilidad de llegar a la meta de un mundo salvado por la propia actuación. El acto propio conlleva el sentimiento de ser piadoso y honesto y de haber evitado lo malo.
Un comentario de la tradición judía dice, en cuanto al segundo versículo de Génesis: y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, que se trata del Mesías que se preocupa por los tiempos. Es decir, el Mesías antes aun de que comenzara el camino por los seis días de la creación. Desde esta perspectiva no se trata para nada de un Mesías que de alguna manera aparece una vez en la historia, sino que se trata del Mesías más allá de todos los tiempos, se trata del Mesías en la eternidad. Y por Él, viviendo en la fuente del tiempo, aparece el Mesías también en el curso de la historia. No hay ni antes ni después en la Torá. La Biblia tampoco conoce un Mesías mejor o menos bueno, como tampoco permite una jerarquía con Dios. Sería medir tanto a Dios como al Mesías con las medidas del mundo. Si se percibe la Biblia como palabra de Dios, se sabe que hay un solo Mesías, como hay un solo Dios: eterno, santo, sano y único. Están en la eternidad, donde el Ser y el Devenir son unidad.
Del Mesías.
Se conoce al Mesías, tanto en el cristianismo como en el judaísmo, como hijo de David. También aquí pido que veamos estas palabras como palabras de Dios y no como una comunicación que deba someterse al bisturí del análisis histórico-crítico. En las palabras de Dios, el nombre David traducido, significa el amado. La palabra dod, amado, y David, se escriben igual con letras 4-6-4, dalet-vav-dalet. Son también los dudayim, 4-6-4-1-10-40, se puede traducir como mandrágoras o como se quiera, pero la palabra, habla textualmente de amores (Génesis 30,14/15). Raquel los recibe de Lea. También el Cantar de los Cantares canta sobre la promesa de aquellos amores que traen al hijo de David. (Cantar de los Cantares 7,14).
Ahora bien, la vida de David, como se cuenta en la palabra de Dios, tiene poco que ver con la vida de un amado. Tiene una vida más bien turbulenta, llena de preocupaciones. Sufre muchas decepciones, difamaciones, persecuciones y malentendidos. Pero percibe su vida como la de una persona amada, amada por Dios y su eternidad. En los Salmos, David canta su vida, su dicha, su alegría, con todas las turbulencias inherentes a la vida en el tiempo.
En el hebreo, la palabra hijo, ben 2-50, está relacionada con la palabra construir. Un constructor es boné 2-50-5. El Padre se construye en el hijo. Está escrito también que el Templo, la Casa de Dios, se construye (I Reyes 6,7) vehabait behibanotu. Dice explícitamente, sin ambigüedades y tal vez de forma indigerible para ciertos analistas científicos de la Biblia: esta casa se construye a sí misma. Como tantas cosas que se construyen y que se dirigen desde otra realidad. ¿Y no está escrito en Apocalipsis 21,22 que El Señor Dios Todopoderoso es el Templo? El Hijo es la expresión en este mundo de lo que el Padre es en la eternidad. Por ellos la temporalidad está unida con la eternidad y por ellos el mundo y la vida están salvados.
Yo creo que el roce surge cuando los dos lados, judíos y cristianos, ven al Mesías solo como un fenómeno terrenal, temporal, como algo que depende de su juicio. Porque entonces surge de inmediato la pregunta de quién es el primero y quién el segundo; quién es mejor y quién es menos bueno; quién es solo temporal y quién es permanente. En definitiva, quién tiene la exclusividad. Pero la palabra salvación significa ser sacado del tiempo, no tener ya nada que ver con las medidas del mundo.
El hijo de David, como está escrito para judíos y cristianos, es entonces la construcción en el tiempo de aquel que percibe su vida como amada por Dios, que ha medido con las medidas divinas y como consecuencia, su templo se construye. Es la vida del ser humano que es feliz y que alaba a Dios. Si los dos lados, judíos y cristianos, sienten como seña común el amor, la gracia, el perdón de los pecados, la misericordia con todo el mundo, con toda la creación, entonces la salvación, sabiendo que no está cumplida aún, es una profunda preocupación de sus vidas. Y en eso, realmente, hay unidad.
De la palabra de Dios.
Pero entonces ¿qué es lo que los sigue separando? Es un asunto serio y debemos llegar al fondo de esta cuestión. Creo que lo que los separa es el malentendido en cuanto a tiempo y eternidad y también en cuanto a lo sagrado y lo profano. En general, la voz de los tontos es ruidosa.
Así que en realidad se trata de la relación con la Biblia; porque la relación con la palabra de Dios determina también la relación con Dios. La palabra como revelación de Dios, construida por el Espíritu Santo para nosotros, está en lugar de Dios. Si se piensa que la Biblia es el producto de la humanidad de tiempos históricos, hay que investigarla, juzgarla, poner fechas y lugares. Pero seguidamente vienen las trifulcas que prevalecen entre los constructores de la torre de Babel, como se cuenta en la tradición judía. No tengo ninguna duda en cuanto a los hechos que sucedieron en el tiempo, porque la Biblia los comunica. Son verdad. Pero si se dice que entonces era así, o solo entonces será, me da mucha tristeza. Era, es y será, me dice una voz callada, imperceptible. Para mí el cristianismo es una vivencia grandiosa, única, no puedo ni imaginarme el mundo sin él. Y al mismo tiempo, el judaísmo es para mí una vivencia sobrecogedora y sagrada.
Pero tan pronto pienso en cómo han vivido los cristianos en el curso de los siglos, si pienso en las luchas por el poder, en las tonterías, las agresiones, la inquisición, la inclinación ante todo tipo de fascismo, entonces estoy ante muchos enigmas y muchas dudas. Pero sé también cuántos santos, cuánta gente buena, piadosa y fiel había. Para mí son la esencia; la masa tonta es el envoltorio que oculta lo sagrado.
En el judaísmo pasa lo mismo. Tan pronto pienso en los judíos, a menudo se me revuelve el corazón. En la historia no han tenido prácticamente nunca la posibilidad, hacia fuera, de cometer este tipo de crímenes, los que se llevaron a cabo por el otro lado, preferentemente en contra de los judíos. Pero eso no quiere decir que los judíos mostraran mayor comprensión de lo eterno, el anhelo de que toda la criatura fuese salvada. Cuántas tonterías también allí. Cuántas durezas y crueldades se perpetraron también allí, más silenciosamente, más discretamente, entre ellos mismos, sobre todo. Y también allí la presencia silenciosa de santos, de grandes personajes, de personas calladas y humildes; una presencia que sostiene la vida. Envueltos por una masa ruidosa, impertinente y engreída.
¿Será posible que en los dos lados se experimentasen las palabras de Dios en la vida, en el corazón y en la boca? Entonces los muros divisorios y las cortinas de hierro habrían dejado de existir. Y el diálogo entre los teólogos y las conversaciones entre colegas referente a la visión histórico-critica de la Biblia llegarían pronto a su fin. Sin embargo, al día de hoy, se siguen haciendo concesiones y compromisos; la esencia sin embargo, el asunto central realmente importante, sigue sin hablarse ni tocarse. Sentimientos de culpa, generalmente justificados por un lado, orgullosa satisfacción ante una especie de confesión de pecado por parte de los siempre, tan poderosos y perseguidores, por otro. Puede que sea útil. Pero la profunda brecha sigue estando. Se puede vivir juntos, por supuesto, ser amables, aceptar invitaciones de aquí y de allá. Pero por los dos lados, la noción de la presencia de Dios, del Mesías −aunque reconocida en principio− de alguna manera queda obviada. Tal vez por aquello que se llama la visión histórico-crítica, que tiene también consecuencias políticas. La verdad es que se reconoce casi exclusivamente esta única realidad temporal. Creo que esta enfermedad crece en los dos lados. Aunque quizás, ha estado desde siempre.
Pero si el anhelo de judíos y cristianos hacia la salvación estuviese en el centro, si el Mesías como rotura de la ley monocausal fuese la esperanza común para la humanidad y para toda la creación, me preguntaría de verdad cuál es la causa real de la división y de los caminos separados. De momento quiero obviar la enfermedad común de los teólogos y de otros científicos y políticos. Podemos ver su recuperación como el objeto de nuestra fe y de nuestro amor, porque a pesar de la división en la historia, busco la imagen de ambos en la eternidad, en la palabra de Dios. No puede aceptar esta división sin más. Las raíces comunes atraen a ambos lados hacia mí.
De la esperanza profética.
Estoy pensando en la imagen de los dos reinos bíblicos, el de Judá y el de Israel. Y reconozco que Dios ama a los dos, aunque muy a menudo viven en guerras entre sí. El reino de Judá, en general, se mantiene en el aislamiento; el reino de Israel, el así llamado reino del norte llevado por Efraín, se extravía más fácilmente, se alía con los ídolos y sus reyes parecen ser malos. Pero, a pesar de todo, Dios lo ama, Dios deposita una gran esperanza en su gente y les hace grandes promesas. ¿Quién no piensa de inmediato en las palabras de Dios en Jeremías 31,19?: ¿Acaso no es Efraín un hijo amado para mí, un niño de delicias? Pues desde que hablé con él, me he acordado de él constantemente.
Si el reino de Israel desaparece en la ocultación de alguna manera, la tradición judía cuenta abundantemente que la salvación definitiva solo llegará con el regreso a la visibilidad de ese Israel. Son los heraldos, decisivos para la liberación y redención de Judá.
En el reino de Judá viven los grandes profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel; en Israel viven Elía, Elisha y Jonás. Y Elía anuncia al salvador. Todo eso está en la palabra de Dios, en la fuente, en la eternidad, que luego da vida aquí en el flujo del tiempo.
Y aunque no me gusta decir que Israel es el cristianismo y Judá es el judaísmo, en el fondo existe seguramente un equivalente. La imagen de los dos reinos sigue, por supuesto, y afecta también al individuo cristiano y judío. Pero en la mundanidad del cristianismo se siente una fuerte relación con el reino bíblico de Israel; también en la desaparición de la vista de Judá.
Y también pienso en la grandiosa manera de vivir de los cristianos. La confrontación con todo el mundo, con las tentaciones del mundo, del poder. Pienso en la tragedia del Rey Ajab, rey de Israel y de su mujer Yezabel. En la tradición judía, las maldades del rey y de su mujer están mitigadas en gran medida, hablando preferentemente de sus bondades y servicios. Es muy diferente si se reconoce la santidad de la Biblia y no se extraen de inmediato consecuencias a lo profano.
La Biblia como palabra de Dios ha entrado en el mundo por el cristianismo. En el judaísmo queda aislada, casi parece que se trata de un comportamiento inconsciente. Raramente penetran al judaísmo influencias del exterior, mientras que el cristianismo busca la conversación con el mundo profano. Casi textualmente cumple la misión de ir hacia el norte, hacia Galilea, para enseñar la palabra de Dios allí. Yo no veo a Galilea solo como una noción geográfica, sino más bien, conforme a la palabra hebrea galil 3-30-10-30, Galilea, como una forma que fluye, como ese 33 de gal, 3-30, de la forma. De acuerdo con un conocimiento antiguo, el norte es el lado de la materia.
Sin discutir entre sí mundanamente, el comportamiento del cristianismo parece estar de continúo enfrentado con el judaísmo. Una y otra vez hay que pensar en el reino de Israel y el reino de Judá. Y entonces sigue siendo de peso la expectativa de la tradición judía en cuanto al gran significado de aquellas diez tribus de Israel para preparar y anunciar la salvación.
¿Quién no piensa en las palabras de la profecía de Ezequiel? El campo lleno de huesos. Dios habló y los huesos se llegaron cada uno con su hueso. Y miré, y he aquí nervios sobre ellos, y la carne subió y la piel cubrió por encima de ellos. Y el espíritu entró en ellos, y estuvo sobre sus pies un ejército grande en extremo. (Ezequiel 1-10, resumido).
De la unidad y de la paz.
Y luego viene esta impactante declaración: Tú, hijo del hombre, toma ahora un palo y escribe en él: A Judá y a los hijos de Israel sus compañeros. Toma después otro palo y escribe en él: A José palo de Efraín y a toda la casa de Israel sus compañeros. Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno y serán uno en la mano. Y cuando te hablaren los hijos de tu pueblo diciendo: ¿No nos enseñarás qué te propones con eso? Diles: Así ha dicho Adonay el Eterno: He aquí, yo tomo el palo de José que está en la mano de Efraín y las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré con el palo de Judá, y los haré un solo palo, serán uno en mi mano. Y los palos sobre que escribieres, estarán en tu mano delante de sus ojos; y les dirás: así ha dicho Adonay el Eterno: He aquí yo tomo a los hijos de Israel de entre las gentes a las cuales fueron y los juntaré de todas partes y los traeré a su tierra, Y los haré una sola nación en la tierra, en los montes de Israel; y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos. (Ezequiel 37,16-22).
Y un poco más adelante: Y mi siervo David será rey sobre ellos, y habrá un solo pastor sobre ellos. Andarán en mis derechos y mis ordenanzas guardarán y los pondrán por obra. (Ezequiel 37,24). Ahora bien, David lleva muerto ya 2800 años, y a pesar de todo está escrito: Y mi siervo David será su príncipe por siempre. Y haré con ellos un pacto de paz, un pacto eterno, y los asentaré en su tierra, y los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre.
(Ezequiel 37,25/26).
Por supuesto, estos versículos están abiertos a muchas interpretaciones. Pero como estoy hablando del judaísmo y del cristianismo y de sus raíces comunes en la eternidad, quisiera entenderlos en esta relación. Las palabras de Dios se abren a todos los lados y ciertamente también significan que el cuerpo, el espíritu y el alma divina se reunirán en una unidad eterna. Y que los dos árboles del paraíso −hemos hablando de palos, pero la palabra de la Biblia es ets, árbol− se conviertan en un solo árbol, y que Dios y el ser humano estén juntos allí para siempre. Justamente por eso creo en el regreso a la unidad de Israel y Judá, y en el mismo sentido también del cristianismo y del judaísmo.
Sabemos que esta dualidad no puede resolverse mediante una política inteligente. Esta forma de actuar más bien perpetuará la división. Los esfuerzos de ambos lados, por bienintencionados que sean, llevarán, como mucho, a que una parte deje a lo otra parte en paz. Las diferencias en la vida cotidiana, en la práctica de la vida, parecen demasiado profundas. Han pasado demasiadas cosas a lo largo de los dos últimos milenios.
Desde un punto de vista bíblico, bíblico en el sentido de la palabra de Dios, se siente como lo santo está frente a lo profano: las diferencias quedan suprimidas, en principio ya no habrá diferencias, y entonces habrá un solo Dios y un solo Mesías. Será importante saber hasta qué punto se percibe la Biblia como palabras vivas de Dios, como centro de la vida. Porque entonces no habrá diferencias que justifiquen la división. Entonces solo habrá un origen diferente, ciertamente querido por Dios, formando la armonía del todo. Y el Eterno será rey sobre todo el mundo, y en ese día el Eterno será Uno y su nombre será Uno. (Zacarías 14,9).
Sería una hermosa aventura en nuestro camino si pudiéramos sacar las consecuencias de la santidad de la Biblia. Podría suceder que de verdad experimentáramos cómo el reino de este mundo está dirigido por el reino de Dios, el Eterno, y como nuestra vida está en las manos de Dios. Tal vez entonces nuestro ajetreo disminuya y la lucha, la mentira y el malentendido se debiliten. Y el fruto del árbol de la vida, cuando los dos árboles se hayan convertido en uno, nos dará tranquilidad y paz. Si reconocemos la Biblia como palabra de Dios, tanto los cristianos como los judíos tendrán naturalmente dicha y paz. Entonces habrá mucho que contar por los dos lados. Porque se ha vivido mucho, y mucho queda por vivir en las eternidades. Las puertas están abiertas, entremos pues.
Zúrich, 1985
seguirá…