Sin embargo, que yo cuente relatos jasídicos tiene otra razón del todo diferente. No es porque quiera acercar el folclore jasídico al mundo o porque mis orígenes de alguna forma están cerca de ellos y tampoco es por motivos nacionales o judío-religiosos. Considero que mi judaísmo va mucho más allá de una comunidad religiosa o de pueblo como aparece en el tiempo, en la historia. Así, el jasidismo tampoco es para mí únicamente una dirección importante en el judaísmo. Los jasidim existen aquí, igual que los judíos existen. Todo lo que aparece aquí solo puede hacerlo porque ya está en el origen, en la eternidad, en la fuente. Y esta fuente deja que sus ríos y sus corrientes vayan fluyendo hacia todos los lados de la vida en el tiempo y el espacio. De esta fuente, todo lo manifiesto extrae todos sus anhelos y rechaza lo que no quiere recibir. ¿A qué nos acostumbramos, cómo se viste nuestra habitación en el tiempo?
Según la palabra -y la palabra es el principio de la vida en la eternidad- un jasíd es alguien que vive la jesed, la gracia. Significa que en su vida está la ley como fundamento, ciertamente, pero si el amor lo requiere, puede traspasarse. Porque la gracia significa que, aunque la ley dicte algo inamovible, se puede recibir, esperar y ejercer la gracia, la misericordia, por amor.