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Del libro Encuentros con Ángeles y Seres Humanos.
El enigma del cristianismo.
Nuestras conversaciones sobre el judaísmo y el cristianismo fueron también importantes para mí. Como en todos los demás encuentros, eran la ocasión perfecta para que mis conocimientos crecieran. Y, de hecho, han crecido en los años siguientes, incluso en los decenios siguientes. Justamente entonces eran importantes, porque me preocupaba la relación con el cristianismo.
Birnbaum fue el primer judío ortodoxo que estaba enteramente libre y sin prejuicios frente al cristianismo. En los demás, tan pronto se tocada el tema, solo había una leve sonrisa algo avergonzada. Me di cuenta de lo poco que se sabía, lo superficiales que eran los conocimientos, cómo se juzgaba injusta y precipitadamente. Lo que se reprochaba a los demás como injusto y poco acertado en cuanto al judaísmo, se repetía frente al cristianismo.
Pero Birnbaum también tomaba eso en serio. Nuestra conversación comenzó un día cuando dijo:
“Se puede encontrar autentica piedad en el cristianismo. Religiosidad sin complicaciones, sin necesidad de explicarlo todo. Deberíamos darnos cuenta de que hay una preparación en el mundo, una expectativa grande y santa. ¡Qué increíblemente tontos son los judíos que no quieren verlo! ¡Qué no quieren saber nada del cristianismo!”
Sentía que podía ser un punto de partida. Porque para mí todo eso era evidente. Solo que, hablando con los demás judíos, no había encontrado comprensión. O bien pensaban que todas las demás religiones estaban atrasadas o juzgaban sin saber. El cristianismo estaba equivocado, sin más, una falsedad, una doctrina herética. Y por supuesto era muy cómodo tomar el comportamiento del cristianismo frente al judaísmo como prueba.
Aunque había intentos en el lado judío de arreglarse con el cristianismo. Intentos teológicos. Como si se compararan dos teorías para luego sacar la conclusión de que la teoría propia era mucho mejor. Como si en el caso de la fe o de la religión hubiese algo mejor o peor.
Había escuchado conferencias sobre el cristianismo desde el lado judío. Tenían gran interés porque se decía en términos inequívocos que la historia del Nuevo Testamente era ilógica, imposible de probar, que no podía ser cierta, que no había testigos verdaderos y mucho más, en los mismos términos.
Mi objeción de que la Biblia hebrea era igualmente ilógica, imposible de probar, que tampoco había testigos de todas sus historias llenas de maravillas, fue rechazada con indignación. ¡Era nuestra Biblia, toda comparación era imposible! Y en cuanto a los testigos, son nuestros padres, y las generaciones siguientes lo han ido contando hasta el día de hoy.
“¿También testigos de los milagros indemostrables? ¿También de todas las historias mencionadas en el Midrash? ¿Pueden acaso determinarse con lógica y ser situadas en la historia?”
“Porque los padres fueron testigos, son milagros comprobados”.
“Pero, ¿debe probarse la fe? ¿No es la fe justamente la confianza que aún acepta contradicciones?”
“Para nosotros todo es correcto. Podemos demostrar y explicarlo todo con lógica”.
“¿Y no podéis conceder a misma intención a los demás? ¿No pueden, de la misma forma, creer e intentar explicar con lógica?”
“No, no hay comparación. En su caso, no es cierto. ¿Cómo pueden creerse todas las historias que cuentan? Son del todo ilógicas”.
Así toda conversación era inútil de antemano. Hasta un rabino reformista, americano, es decir un rabino que era un espanto para el judaísmo ortodoxo porque quería adaptar el judaísmo al mundo y a su tiempo, me decía: “Qué quiere usted. El cristianismo es una equivocación, no puede ser como dicen”.
Curioso. Era como si dos vendedores ambulantes fueran promocionando sus productos. Su producto era el mejor, sin duda, todo lo demás era falso. Mezclando la fe con la lógica y con pruebas. Nunca se ha reflexionado en serio sobre la fe. La verdad es que la fe es indemostrable, ilógica y acausal. Se reflexionaba mucho más sobre los negocios, sobre la sagacidad talmúdica, sobre litigios comunitarios y políticos. Pero para saber lo que era la fe, para eso no se tenía ni tiempo ni ganas.
Sé que del lado cristiano las cosas eran idénticas frente al judaísmo. Se esperaba que un judío, en el mejor de los casos, tan pronto se diese cuenta de la verdad del cristianismo, sería capaz de captar la esencia de la fe. Que antes permanecía cerrado, expulsado, maldito. Una conversación con un cristiano lleva a exactamente la misma desesperación. Las letras pequeñas eran igualmente enojosas y desalentadoras. También allí se calculaba con pruebas, con la lógica. Los ojos de los seres humanos han ido cerrándose, de verdad.
Por ello, en un primer momento, no me atrevía a hablar abiertamente con Birnbaum sobre el tema. No buscaba decepciones precisamente; y amaba a Birnbaum demasiado como para intentar el experimento con él. Pero ahora, como él mismo había iniciado el tema, estaba dispuesto a seguir el hilo con alegría. Porque finalmente, mis conocimientos del mundo habían salido de un mundo cristiano y de una forma de pensar cristiana. Aunque hoy no tenía ya ese nombre. Pero aquellas personas habían pensado así desde una cultura cristiana, habían buscado la verdad y habían tenido alegrías y sufrimientos.
Se demostró que Birnbaum tenía el mismo concepto que yo. Había pasado su juventud en Viena, en una ciudad católica, y como persona buscadora había vivido el catolicismo de modo intransigente. Le había impresionado profundamente.
Él veía el problema así: ¿Será la fe capaz de mantenerse firme frente a los asaltos del conocimiento, de las universidades?
Lo que le importaba no era si el judaísmo tenía la razón frente al cristianismo, sino simplemente, si la fe en el mundo vencería finalmente sobre el materialismo, el racionalismo. Los judíos, los cristianos y los mahometanos estaban en primera fila. Me contó cómo para su vida, para su cambio, justamente el libro de Ibsen Emperador y Galileo había sido decisivo.
“El galileo vence definitivamente. Lea ese capítulo. Simplemente no es posible no tomar nota del cristianismo. Actuar como si fuese una equivocación de la historia. Se puede hablar del cristianismo, de Jesús y de Pablo. Pero también en ese terreno hay que tener cuidado de conclusiones precipitadas”.
“Cierto. En el fondo creo que, por Pablo, el camino del mundo apenas ha comenzado. Aunque tal vez por una especie de malentendido haya una caída en el pecado; haya llegado a ser una caída en el pecado, pero a pesar de todo esa caída tiene un sentido. Igual que el pecado en el paraíso. Con él comienza el camino. Pero se siente el regreso. Aquí no puede hablarse de más o de menos bien. Todo está dirigido desde otro mundo. Igual que todas las cosas en nuestra vida están dirigidas desde el otro mundo. Lo uno se corresponde con lo otro. Lo que sucede aquí, sucede allá”.
Birnbaum me contó cómo había buscado una relación, pero que había sido muy difícil. En el lado cristiano se pensaba en seguida en una misión, y en que el otro, después de unas pocas conversaciones se daría cuenta de sus errores -de nuevo aparece la lógica- y estaría deseoso de ser aceptado en el seno de la iglesia.
“Los otros deben aprender también. Deben experimentar mucho aún. No tienen ni idea de las riquezas del judaísmo, de sus grandes misterios. No porque seamos nosotros, no, es así. Se nos ha colocado en este lado, es nuestro destino. Que también tiene su explicación y motivación en otro lugar. Pero como seres humanos estamos sobre la misma tierra. El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, no solo el judío. Pero será difícil -difícil por los dos lados- aclararlo todo. Lo digo que casi ya no me atrevo a hablar de ello”.
“Pero tendrá que ser. Alguna vez habrá que comenzar. Porque si no, cada lado queda encerrado en sí mismo. El ser humano debe romper el muro. Debe ser capaz de renunciar a su derecho en este lado, porque es un derecho relativo nada más. Para recibir el gran derecho, el de los dos lados. Estamos siempre de nuevo ante el mismo principio”.
Gracias a Birnbaum, me sentí reforzado en mi búsqueda de conversaciones intensas e íntimas con el cristianismo. Sabía que nada aún había sucedido en ninguno de los dos lados. Pero eso no podía significar que no hubiera que comenzar. En todo caso sabía que justamente ese depósito inmenso de las tradiciones judías recibidas de los antepasados, y rechazadas conscientemente por el cristianismo, contenía mucho para que pudiera elevarse a una vida autentica. Así me propuse investigar el tema sería e intensamente. Quizás el cristianismo se había aislado para que el camino pudiese ser andado. Ahora quizás, el camino llegaba a término y las partes podían encontrarse de nuevo.
Era un tiempo fascinante. ¿No había dicho lo mismo el Rebbe en la pequeña ciudad de mis sueños en Polonia? ¿Por qué no unir, si de todas formas buscaba esas raíces? ¿No era pecado separarlas? Los unos tenían el camino, los otros el hogar. Y el ser humano va y destroza las raíces y con ello devasta el jardín de Dios. Es bueno pues, juntar de nuevo las raíces del camino con las raíces del hogar. Hay que unir el Ser y el devenir en unidad. Esa paradoja es el fundamento de nuestra vida.
seguirá…